En el siglo XIX, el hospital psiquiátrico de Giant River, que en apariencia debería haber sido un lugar de sanación y cuidado, se convirtió en una cámara de tortura y horror para los pacientes que sufrieron enfermedades mentales.
La leyenda del fantasma de un niño con graves quemaduras ha dejado una marca indeleble en el personal médico, enfermeras y el personal en general que ha cruzado el umbral de ese antiguo edificio.