En el siglo XIX, en el tranquilo pueblito de San Nicolás, se originó una leyenda que dejó una huella profunda en la memoria de sus lugareños. La figura espectral de una niña de 8 años, cuyo sufrimiento y hambre parecen persistir más allá de la vida, aterroriza a todos aquellos que han tenido la desdicha de cruzar su camino.
La niña, cuyo nombre se ha perdido en la bruma del tiempo, aparece como un espectro frágil y angustiado en las calles del pueblo. Su figura etérea parece envuelta en harapos, y su mirada está llena de tristeza y necesidad. Los testigos relatan haber escuchado sus lamentos desgarradores, como un eco de su sufrimiento en vida.
El llanto de la niña resuena dolorosamente en el aire, llenando los oídos de aquellos que se atreven a escuchar. Sus lamentos son un ruego constante por un trozo de pan para aliviar su hambre interminable. Su voz, cargada de dolor y desesperación, es capaz de doblegar incluso al corazón más valiente, dejando a los lugareños con el corazón encogido y los sentimientos a flor de piel.
La historia de la niña hambrienta ha circulado entre la comunidad de San Nicolás, convirtiéndose en un testimonio de cómo el sufrimiento humano puede persistir más allá de la muerte. La leyenda ha dejado a los lugareños con una mezcla de empatía y miedo, ya que la niña parece estar atrapada en un ciclo eterno de necesidad y desesperación.
La leyenda del espanto de la niña de San Nicolás sirve como un recordatorio de la fragilidad de la vida y la importancia de mostrar compasión y solidaridad hacia aquellos que sufren. Aunque la historia pueda ser un producto de la imaginación colectiva, su impacto en la comunidad perdura como una lección sobre la importancia de cuidar y nutrir el alma humana, incluso más allá de los confines de la existencia terrenal.